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domingo, 8 de noviembre de 2015

Netanyahu rompe la marca mundial del cinismo


 Maciek Wisniewski


Parecía difícil que Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí,
batiera su propio record de chutzpah (descaro, en hebreo y yidish; en  polaco: hucpa), una nefasta faceta personal –y estilo de hacer
política– en cuya crítica se especializa el viejo Uri Avnery (véase: A  world record for chutzpah, en Counterpunch, 16-18/8/13).

Pero lo logró. Y no sólo eso. Con un par de frases llevó también todo
el debate en torno al conflicto judío-árabe –incluso su entendimiento–
a otro nivel de demencia (y vaya, ya ha hecho mucho).

Pero... ¡qué frases! Los guionistas de Hollywood se morirán de
envidia. Los historiadores en todo el mundo, que por décadas –y sin
éxito– han tratado de ubicar el momento exacto en que Hitler oprimió
el botón de la solución final, querrán cambiar de profesión.

En la historia según Netanyahu todo ocurrió entre las 4:30 y las 5:45
de la tarde del 28 noviembre de 1941 en Berlín, durante el encuentro
entre el Führer y Haj Amin al-Husseini, el muftí de Jerusalén
(1921-1937) y líder nacional palestino. Según él, hasta aquel entonces
Hitler no quería exterminar a los judíos, sino expulsarlos (¡sic!),
pero el muftí lo hizo cambiar de idea (¡sic!):

–Si expulsa a los judíos, todos ellos vendrán aquí [a Palestina].

–Entonces, ¿qué debo hacer con ellos? –pregunta Hitler.

–Quemarlos –responde al-Husseini.

¡Uno de los grandes misterios de la historia resuelto en 20 segundos!
Sólo que... todo este diálogo es totalmente apócrifo, no está en los
documentos de la época (véase: What really happened when muftí met
Hitler, en Haaretz, 22/10/15) ni en ningún otro lugar, salvo la
imaginación de Netanyahu.

Dina Porat (Yad Vashem): es un completo disparate; Moshe Zimmerman
(Universidad Hebrea): es algo al borde del negacionismo; Tom Segev
(autor de Seventh million, sobre usos y abusos del Holocausto): es un
cuentito inoportuno.

Quizás sería algo sólo para reír, una buena escena en una comedia
sobre el Holocausto (¿con Bruno Ganz como Hitler y Roberto Benigni
como muftí?), si no fuera por el momento y contexto.

El desafortunado muftí al-Husseini que, exiliado en Europa,
oponiéndose al colonialismo británico y buscando garantías para la
Palestina independiente se alió con los nazis –pero nunca fue nada más
que un peón en su propaganda–, hizo su reaparición de las tinieblas de
la historia (¡con diálogo y todo!) en un ferviente discurso que
Netanyahu dio ante el Congreso Mundial Sionista en Jerusalén (video:
Haaretz, 21/10/15), celebrado en medio de una nueva ola de
enfrentamientos palestino-israelíes (con Jerusalén y la mezquita Al
Aqsa como centro).

El mismo día, fuerzas israelíes abatieron a cinco palestinos en
territorios ocupados y fue asesinado un colono israelí. En un mes
murieron más de 50 palestinos y unos 10 israelíes (la mayoría acuchillados).

Mencionar al muftí –instigador de los ataques a judíos en los años 20
(verdad) e instigador del Holocausto (mentira)– tenía dos propósitos:

1) aparentar que el motivo detrás de la actual revuelta palestina no
es el peso de la ocupación y el colonialismo, sino el viejo odio y
antisemitismo genocida (¡sic!) que se remonta incluso a la época pre
Israel, 2) y completar el paso de estafeta de miedo: después de que el
acuerdo nuclear con Irán le quitó a Netanyahu su principal arma
política –la bomba iraní bautizada por él como segundo Holocausto
(¡sic!)–, se pasó a tiradores de piedras (amenazados con 20 años de
cárcel), al terror de los cuchillos y finalmente a
“palestinos-artífices de la ‘solución final’” (¡sic!).

Nada nuevo bajo el sol.


La reciente chutzpah de Netanyahu es sólo otro caso de la vieja
operación que Idith Zertal llamó la nazificación de los palestinos
(véase: “Israel’s Holocaust and the politics of nationhood”, 2005) que
consiste en:

• La identificación de los palestinos desplazados por la creación de
Israel (1948) con el Holocausto mediante su transformación en amenaza
existencial, su deshumanización y demonización (reforzando la idea de
victimización judía y de Israel-país en estado de emergencia permanente).

• El desplazamiento temporal y espacial de amenaza nazi a los
palestinos y a Medio Oriente para justificar su desalojo y otras
prácticas coloniales (sobre todo después de la guerra de 1967).

• La normalización y legitimación del expansionismo provisto de un
argumento moral (los 6 millones...) y visto como medida preventiva
contra el nuevo Auschwitz.

Por si fuera poco, los palestinos también caen víctimas de una
transferencia del trauma.

Bien anota en este contexto David Hearst: con el paso del tiempo y las
nuevas generaciones, la rabia post Holocausto en Israel –igual que el
miedo un objeto de manipulación– crece y muta, pero su objetivo ya no
son los que realmente mataban: los alemanes, ucranios, letones o
polacos, sino... los palestinos (MEE, 21/10/15).

En la mayoría, las marchas de veteranos de las SS en Riga o marchas
con antorchas de neonazis ucranios y veteranos de OUN/UPA
corresponsables por la masacre de 34 mil judíos en Babi Yar en
septiembre de 1941, en la primera fase de la solución final (antes del
encuentro muftí-Hitler y sin que haga falta su incitación...), ya no
evocan la imagen del exterminio tanto como lo hacen las marchas de Hamas.

En fin: la sola idea de que Hitler era un antisemita despistado que
necesitaba preguntarle a al-Husseini qué hacer con los judíos es
absurda (y ahistórica).

Uri Avnery: “Hitler trataba su antisemitismo en serio y lo aplicaba a
todos los semitas. También detestaba a los árabes. Contrariamente a la
leyenda, sentía aversión al muftí… lo recibió una vez para la foto
pedida por la propaganda y no quiso verlo de nuevo”.

También contrariamente a la leyenda (propaganda sionista), en la
historia del mundo árabe no hubo casos de odio y persecuciones como
los de Europa culminados con la Shoah; al contrario: lo que hubo fue
–en general– entendimiento y coexistencia (The fallacy of rising
anti-semitism, en Counterpunch, 20-22/2/15).

Ayer el Holocausto fue una gran hecatombe; hoy, según Norman
Finkelstein (Why is Netanyahu trying to rewrite history?, en Al
Jazeera, 22/10/15), ya es sólo una shmata (trapo en yidish, del polaco
szmata) para todos los usos políticos del momento.

¿Qué es –desde el punto de vista histórico– lo más chocante en la
versión apócrifa del encuentro entre el gran muftí de Jerusalén Haj
Amin al-Husseini y Adolf Hitler (28/11/41) ofrecida por Benjamin
Netanyahu (véase: La Jornada, 30/10/15)?:

a) Blanquear a Hitler (“que sólo quería expulsar los judíos pero el
muftí le dijo de ‘quemarlos’”).

b) Absolver a los alemanes (que no eran tan malos ya que el Holocausto
fue incitado por los viles árabes).

c) Borrar a Europa del camino a Auschwitz (aparentando que la idea
vino de afuera y no existía hasta noviembre de 1941).

Todo: a), b) y c). Imagínense: ¡el primer ministro israelí dándoles la
mano a los negacionistas! Pero lo último resulta quizás más
perturbador. Piénsenlo: ¡como todos andaban (andábamos) equivocados!

Zygmunt Bauman, que analizó el Holocausto como producto de síntesis
única de varias tendencias de la modernidad europea ( La modernidad y
el Holocausto, 1989). Enzo Traverso, que estudió cómo la continuidad
histórica de la Europa liberal –desde la guillotina y la fábrica
capitalista, hasta las matanzas coloniales y la Primera Guerra Mundial
(sin olvidar el bien enraizado antisemitismo)– formó el universo
social y mental en que se engendró la solución final ( La violencia
nazi: una genealogía europea, 2002). Varios historiadores que
rastrearon la puesta en marcha de la máquina de la muerte hasta
mayo/junio de 1941, concluyendo que fue la fusión del antisemitismo
biológico nazi con las condiciones de guerra y estableciendo una línea
desde Mein kampf de Hitler (1929), su discurso sobre la destrucción de
la raza judía (enero de 1939), el Holocausto por balas: matanzas a
cargo de unidades móviles/ Einsatzgruppen (y sus ayudantes ucranios,
letones o lituanos), los primeros experimentos con cámaras de gas
(septiembre de 1941), hasta la operación Reinhard y la construcción de
campos de exterminio en Polonia (octubre de 1941). Incluso Raul
Hilberg, el más grande historiador del Holocausto, que en su opus
magnum de tres tomos le dedicó al muftí apenas... un pasaje ( La
destrucción de los judíos europeos, 1961).

¡Y ahora resulta que fue por la incitación palestina! Bueno: eso
quisiera Netanyahu.

Aunque Yad Vashem rechazó sus revelaciones, su propio modo de enseñar
historia no está lejos: la entrada sobre al-Husseini en su
Enciclopedia del Holocausto es dos veces más larga que la de Goebbels,
más larga que la de Himmler y Heydrich juntas y sólo un poco más chica
que la de Hitler. ¿ Cui bono?

Quisiera proponer una fórmula: si no se sabe de qué se trata, se trata
de la propaganda sionista.

Gilbert Achcar: manipular la figura del muftí sirvió ayer para hablar
de la corresponsabilidad palestina por la Shoah y justificar la
creación de Israel en su tierra ( The arabs and the Holocaust: the
arab-israeli war of narratives, 2010).

Joseph Massad: pintar al muftí como el partícipe del Holocausto sirve
hoy para presentar la resistencia palestina no como un proyecto
anticolonial, sino una reacción antisemita ( The persistence of the
palestinian question, 2006).

En esto andaba Netanyahu: pintando los últimos ataques palestinos no
como una reacción al colonialismo, sino viejo afán judeicida. Y cuando
se le acabó la pintura, dijo que lo que dijo... no era del todo cierto. ¡Uff!

Primero se retractó a medias (no quise blanquear a Hitler, pero
tampoco hay que disminuir el papel del muftí en el exterminio (¡sic!),
The Guardian, 21/10/15), luego casi del todo (“no quise crear la
impresión que fue él quien ideó la ‘solución final’, lo hicieron los
nazis sin influencia externa en junio de 1941”, The New York Times, 30/10/15).

Sólo que una vez nazificados los palestinos, cuando la foto de
al-Husseini con Hitler, el único propósito y producto de su reunión,
ya dio la vuelta al mundo, mandó otro mensaje: Este es el padre de la
nación palestina.

Uri Avnery: “Es ridículo bautizar al muftí como el ‘padre de la
nación’. En todos mis cientos de encuentros con los palestinos, desde
Arafat para abajo, jamás escuché una buena palabra de él (...) lo
describían como ‘patriota’, pero igual una persona de horizontes
estrechos (...) culpable por el desastre de 1948”, ( Counterpunch, 30/10/15).

Tampoco retiró su aseveración que al-Husseini fue juzgado en
Nuremberg. No. No fue juzgado. Ni allí, ni en ninguna otra instancia.
Tal vez debería.

Sirvió a los nazis con mensajes radiales dirigidos a los musulmanes en
la URSS. Ayudó a reclutar a los musulmanes bosnios para la 13 división
de las SS que luchaba contra los partisanos de Tito (y no estaba
involucrada en ningunas acciones antijudías). Una vez bloqueó un
transporte de Cruz Roja a Palestina con niños húngaros-judíos que
sabía que irían a Auschwitz, pero no fue artífice del Holocausto (los
alegatos de un ayudante de Eichmann que lo implicaba en su planeación
–y de dónde viene también la acusación– fueron rechazados por
historiadores como Yehuda Bauer por poco creíbles).

Al final murió tranquilamente en Beirut en 1974 y nadie se interesó
por él. Ni siquiera los propios israelíes que lo tenían al lado y que
sí se molestaron 10 años antes por el mencionado Eichmann hasta la
lejana Argentina.

En sus memorias, Abu Iyad, alto dirigente palestino, anota que unos
años antes de 1974 lo confrontó por su acercamiento a Hitler, error,
que condenamos inequívocamente ( My home, my land: a narrative of the
palestinian struggle, 1981).

Los disparates de Netanyahu, aunque productos de otro contexto, se
insertan en la oleada del revisionismo histórico derechista rampante
en Europa, agudizado por el conflicto en Ucrania y orientado a
rescribir la historia de la Segunda Guerra Mundial.

Al final, lo del revisionismo lo tiene en las venas: su padre (de
hecho: un historiador...) fue secretario de Vladimir Ze’ev Jabotinsky,
fundador del sionismo-revisionista inspirado por el fascismo italiano,
que apelaba por una postura más dura frente a los árabes.

Desde su fundación, Israel pasó por varias guerras (como la de 1967,
que lo volvió un régimen colonial), pero la historia de la Segunda
Guerra Mundial –y su manipulación– sigue siendo clave en la estrategia
de demonizar y justificar el despojo de los palestinos.

* Periodista polaco

Maciek Wisniewski*

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