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viernes, 29 de agosto de 2014

¿Cómo se siente ser el hombre más odiado de Israel

 
 
A Gideon Levy le resulta imposible no preguntarse: “¿Cómo fue que un periodista – y no el más leído o el más distribuido del país – se volvió el objeto de tal rabia y odio?”

Por Gideon Levy | Haaretz, 17 de agosto de 2014

Fue hace cuatro años. El periódico británico The Independent publicó una entrevista titulada: “Gideon Levy, ¿es el hombre más odiado en Israel, o sólo el más heroico?” La pregunta carecía de fundamento – no era el más odiado, y desde luego tampoco el más heroico. En el verano del 2014 la respuesta sería más concisa – soy el más odiado, después sólo de Khaled Meshal. Es desagradable pero, para este punto, no es demasiado terrible. El narrador no debe convertirse en la historia; el periodista siempre es el medio, no el fin.
Sin embargo, es imposible ignorar la perturbadora pregunta: ¿Cómo fue que un periodista – y no el más leído o el más distribuido del país – se volvió el objeto de tal rabia y odio? ¿Cómo puede un espejito cuarteado, una pequeña linterna de bolsillo, evocar tanta furia? ¿Cómo es que una voz logró que tantos Israelíes, de izquierda y de derecha, del norte y del sur, perdieran así los estribos?
Sólo puede ser porque hasta el último de los incitadores son personas meticulosas. Aparentemente ellos también sienten que algo se les quema bajo los pies, bajo los tapetes de justificaciones y defensas que tendieron para sí mismos. Si no, ¿por qué están tan llenos de furia? ¿Y por qué ya no están seguros de tener la razón?
La verdad es que estoy muy orgulloso de lo que escribí en esta desdichada guerra y avergonzado de las respuestas – que revelaron más sobre la sociedad israelí que sobre cualquiera de las cosas que escribí. Es una sociedad que se niega a sí misma hasta la muerte, que huye de las noticias y se miente a sí misma en su propaganda y su odio.
Ninguna otra guerra me ha revuelto el estómago, cada día y a cada hora, como lo hizo esta. Las espeluznantes imágenes de Gaza me atormentaban. Los medios israelíes, los principales colaboradores voluntarios de esta guerra, casi no las mostraban. Pensé que era imposible no horrorizarse ante los crímenes en Gaza, que estaba bien expresar compasión por sus habitantes, que 2,200 personas asesinadas son un asunto indignante – independientemente de que sean palestinos o israelíes. Pensé que estaba bien sentirse avergonzado, que era necesario recordarnos a nosotros mismos que algunas personas son responsables de la brutalidad, y que esas personas no son sólo Hamas, sino, antes que nada, los israelíes, sus líderes, sus comandantes y hasta sus pilotos.
Para el israelí promedio, que se ha acostumbrado a culpar a los árabes y al mundo entero por todos los males de su país, era demasiado, ciertamente en tiempos de guerra. Pensé que era mi deber expresar mis opiniones y sentimientos en tiempo real, a la hora de la verdad. Sabía que no haría una gran diferencia, pero sentía que había que decir esas cosas. La absoluta mayoría de los israelíes pensaba otra cosa. Pensaban que es un pecado comparar la sangre de los israelíes con la de los palestinos. Que sentir consternación es traición, que la compasión es herejía y que asignar responsabilidades es un crimen imperdonable.
Bueno, queridos amigos, hace mucho que la historia probó que la mayoría indoctrinada no siempre tiene la razón; ciertamente no la tiene cuando le cae encima a una minoría ínfima con una agresividad tan feroz.
Llevo unos 30 años cubriendo la ocupación israelí. Posiblemente he visto más ocupación que ningún otro israelí (con la excepción de Amira Hass). Ese es mi pecado original. Eso es también lo que ha forjado, más que ninguna otra cosa, mi conciencia. He escuchado todas las mentiras, he visto las injusticias vigentes a quemarropa. Ahora alcanzaron, en esta maldita guerra, otro de sus innobles nadires. Es sobre eso que he escrito y lo que Haaretz ha reportado, volviéndose así otro blanco del odio. No era sólo nuestro derecho; era nuestra obligación profesional.
Las miradas maliciosas en la calle, las maldiciones y ataques, no han hecho mella alguna. Ni la harán. La derecha desalmada; el centro complaciente, indiferente, libre de dudas; incluso la siempre petulante dizque-izquierda, que declaró que yo estaba “arruinando a la izquierda”, se unieron todos en un sólo coro chillante, probando así que las diferencias entre ellos son menores de lo que parecían.
Demasiadas personas escribieron y hablaron, ad nauseam, sobre el derecho de paso de Israel, que es siempre absoluto, y sobre la víctima judía, que es la única víctima en el mundo. Yo quería decir también otra cosa – y la opinión de las mayorías se volvió casi frenética. Así que… que se enojen, que me odien, que me ataquen y me releguen – yo seguiré haciendo lo mío.

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