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miércoles, 24 de junio de 2015

Pnina Feiler: polaca, israelí, 92 años, una vida contra las Ocupaciones de Palestina


Entrevista, texto y vídeo Patricia Simón @patriciasimon
Vídeo y fotos Alex Zapico @zapicoalex
Edición vídeo Manuel G. Postigo

Pnina Feiler tiene una historia de libro, o mejor dicho, su vida es un libro de Historia. Nacida en una familia judía en Polonia en 1923, tuvo que abandonar su país después de que su hermano fuera condenado por participar en un mitin callejero comunista. El chaval tenía 15 años, el Partido Comunista estaba prohibido en su país y la única opción que tenía para no pagar su delito con cárcel era declararse sionista y que tenía planeado viajar a Palestina para instalarse allí. “El sionismo y el comunismo no se llevaban bien”, explica Pnina. Así desmentía su filiación política. Su madre, viuda, y ella siguieron a su hermano y se instalaron en Tel Aviv en 1938, un año antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. “Caí rendida ante sus playas, su clima. Venía de Polonia donde ya era otoño y de repente me encontré con esto. No tengo palabras para explicar lo que sentí”.
Pnina es ahora una enfermera israelí de 92 años que fuma como una carretera, viste calcetines rojos, coleta punky y ha dedicado su vida a la lucha contra la Ocupación. Primero contra la británica, después contra la sionista. Durante la última ofensiva contra Gaza, que se cobró la vida de más de 2.000 personas y 10.000 heridos, sacó todas sus fuerzas para manifestarse contra los crímenes de guerra que veía desde su televisor. “Fui porque sentía que me volvería loca si no hacía algo. La gente me decía: “Eres tonta, estás totalmente loca. ¿Por qué vas? No vas a cambiar nada”. Les respondo que lo hago por mí misma. Cualquier cosa cuenta, aunque sea una gota minúscula”.
Activistas de Phisicians for Human Rights esperando el autobús para viajar a los Territorios Ocupados Palestinos (Alex Zapico)
Activistas de Phisicians for Human Rights esperando el autobús para viajar a los Territorios Ocupados Palestinos (Alex Zapico)
Nos encontramos con Pnina un sábado en una gasolinera. Allí se reúnen los activistas de Phisicians for Human Rights, una ONG israelí que desde hace dos décadas viaja a los Territorios Ocupados a atender médicamente a los palestinos. Pero sobre todo, a tender puentes, a generar espacios de convivencia entre palestinos e israelíes, a romper con el Apartheid y la deshumanización del otro que éste promueve. “Decidí formar parte de esta ONG porque me hice mayor y me es muy difícil caminar y estar de pie. Pero la cabeza aún me funciona bastante bien. (…) Los que los niños conocen son los soldados israelíes, con sus metralletas; que se llevan a su hermano, o a su padre… y a los colonos, que queman los olivos y cosas así. De repente, conocen a unos judíos que llegan con medicinas, y con instrumentos para medirles la glucosa, etc. Así que creo que merece la pena”.
Cuando Pnina llegó a Palestina, bajo el Mandato Británico por entonces, se afilió a las Juventudes Comunistas, también prohibidas allí. “Yo no percibí animosidad hacia los palestinos, pero luego leí la Historia y me enteré de la Intifada que había habido entre 1936 y 1939 contra la colonización de los israelíes que llegaron. Pero yo no me di cuenta de ese rechazo y recuerdo que el padre de unas amigas era un activista por la creación de un único Estado. Por entonces, existía este movimiento”, dice con irónico pesar. A lo largo de su vida Pnina ha integrado numerosas iniciativas como las Mujeres de Negro: “nos poníamos en los cruces de las carreteras con letreros de Stop La Ocupación. En cada guerra hemos ido a las manifestaciones, pero no ha servido de mucho”.
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Pnina toma la tensión a una mujer palestina (A.Z.)
Pnina establece el origen de su pacifismo en otra guerra contra otra Ocupación, la británica. “Quería ser médica pero las universidades de aquí eran muy caras. Había escuchado que si estudiabas enfermería en la American University de Beirut, luego tenías una beca para hacer medicina. Así que me fui. Eran 1945 y se podía ir a Líbano por carretera”. Allí le pilló la guerra con los británicos, sus profesores le advirtieron que si no se iban de inmediato podrían no poder volver. Además Pnina quería luchar contra los ocupantes, recuerda de nuevo con triste ironía.
“Trabajé en cirugía.Había muchos jóvenes de 17, 18 años, heridos, paralíticos, ciegos… por culpa de esa guerra. Cuando bombardearon la estación de autobuses de Tel Aviv tuvimos que quedarnos 40 días en el hospital porque había muchos heridos. La gente que llegaba sangraba tanto que los cirujanos tenían que llevar botas de agua. Era como una película. Si cierro los ojos aún puedo verlo, olerlo, oír todo aquello. Se quedó grabado en todo mi cuerpo, no solo en mi cabeza. Creo que lo que seguí haciendo después por la paz está conectado con aquello”.
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Pnina habla algo de árabe. Toma la tensión a las mujeres palestinas que hacen cola para ser atendidos por la comisión israelí. Toma el café que le ofrecen. Cuando acaben de trabajar, compartirán una comida con el personal médico del centro de salud. De vuelta, el autobús alquilado por la ONG parará en una fábrica de aceite de oliva. Conversarán con sus vendedores y comprarán algunas garrafas. En realidad, se trata de esto, de romper los cercos con los que el Estado israelí mantiene incomunicados a palestinos e israelíes. No vayan a darse cuenta de que los palestinos son como ellos, personas. Las carreteras israelíes que van a parar a Cisjordania advierten a los conductores: Esta carretera está bajo autoridad palestina. La entrada para los ciudadanos israelíes está prohibida. Peligra su vida y es contrario a las leyes israelíes. Afortunadamente, hay algunos, como Pnina, que se los saltan -así haga falta cruzar a pie vallas, cargando con las medicinas– porque muchas de estas vías han sido literalmente cerradas con bloques de cemento, incomunicando pueblos y ciudades, parcelando aún más Cisjordania y sometiendo la vida de sus habitantes a un laberinto de controles y caminos cruzados sin sentido. Pero Pnina y el resto de los activistas de Phisicians for Human Rights se los saltan, porque saben que cuando una ley es injusta es deber desobedecerla.

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